Ayer fuimos con Andrea a ver Cloverfield. Si no la han visto, por favor háganlo, amigos lectores. Ya lo dije antes a propósito de Lost, pero Cloverfield es a nuestra época lo que Tiburón fue a la suya. Y es que J. J. Abrams es ni más ni menos que el nuevo Spilberg. Repito: ni más ni menos. Cloverfield es al mismo tiempo una película de matiné, boy meets girl, personajes arquetípicos, monstruo y militares disparando. Pero al mismo tiempo es una película increíblemente osada. No hay explicaciones, no hay héroes indestructibles, no hay happy ending… o lo hay, pero por error de grabación. No quiero arruinar la experiencia. Sólo vayan, siéntense a atrás del cine para no marearse y háganse su propia idea.
Lo increíble es que el juego de registros caseros y realidades superpuestas no se terminó al salir del cine. De vuelta en la casa escuchamos sirenas, muchas sirenas… Nos asomamos a ver y frente a nosotros un edificio ardía en llamas de año nuevo. Obviamente no pude resistirme he hice mi Cloverfield personal.
Más sobre Cloverfield, por Nacho Vigalondo.
Más sobre el incendio.