Edipo llega a la encrucijada de caminos y se da cuenta que el viajero que viene en el otro sentido no se aparta para darle el paso.
EDIPO (sacando una espada): Dejadme pasar o ateneos a las consecuencias.
LAYO: Edipo, ¿qué crees que estás haciendo con eso?
EDIPO: Lo desafío a singular combate por el honor y el derecho al paso.
LAYO: ¿Después de la educación que tuviste, de los sacrificios que se hicieron por ti? ¿No tienes nada mejor que hacer que andar buscando pelea en la calle?
EDIPO: Caballero, no sé de lo que habla. Saque su espada o aténgase a las consecuencias.
LAYO: ¿Qué edad tienes, Edipo?
EDIPO: ¿Yo? Este… treinta, recién cumplidos.
LAYO: ¿Sabes que a tu edad yo ya tenía un auto, una casa y un trabajo estable?
EDIPO: Pero qué tiene que ver…
LAYO: A mi nadie me regaló nada. Eran otros tiempos, otro país… yo fui a un colegio fiscal, me metían diarios en los zapatos, jugábamos a la pelota con calcetines huachos. Pero así todo salí adelante. Y soy Rey… ojo, Rey. Imagínate si hubiera tenido tus oportunidades… sería emperador, presidente del mundo…
EDIPO: Pero, es que tú no entiendes. Ser Rey está bien, pero…
LAYO: ¿Pero qué, a ver?
EDIPO: O sea, no tengo nada en contra de la monarquía, pero hay otras cosas… Ser rey… no es lo mío.
LAYO (incrédulo, escandalizado): ¿¡No es lo tuyo?! ¡Hay muchos que matarían por estar en mi lugar, para que sepas!
EDIPO: Sí, pero a mi no me llena, no es mi vocación.
LAYO: (Remedando a Edipo) “No me llena”, “no es mi vocación”… mira, yo a los diez años quería ser alfarero. Y a los trece oráculo. ¡Oráculo! ¿Te das cuenta? ¿Y a donde hubiera llegado como oráculo? A ningún lado, imagínate… cortando tripas de animales, haciendo sahumerios, tirando huesitos… Está bien, esas cosas son muy bonitas cuando uno es niño. Pero Edipo, ya estás peludito, tienes que sentar cabeza, formar una familia, construirte un palacio, comprar un carruaje, pagar la akademia de los niños… Pero a quién vas a mantener así, ¿qué mujer digna y en su sano juicio se casaría con un don nadie?
EDIPO: ¡No soy un don nadie! ¡Voy a pasar a la historia, vas a ver! ¡Algún día te voy a demostrar lo equivocado que estás!
LAYO: A sí, ¿y cómo me lo vas a demostrar?
EDIPO: Emhhh… teniendo aventuras, viajando, liberando ciudades oprimidas…
LAYO: Liberando ciudades oprimidas… por favor aterriza, vienes diciendo lo mismo desde que saliste del colegio. No tienes Isapre y vas a liberar ciudades oprimidas… para liberar ciudades se necesita lo mismo que para pagarle al jardinero: Plata. Y por eso la gente con los pies en la tierra trabaja, ahorra y planifica. Eso es lo que debieras hacer en lugar de estar por ahí patiperreando como fenicio.
EDIPO: Pero es que yo tengo otras cualidades, otros talentos, otros intereses…
LAYO: (Sarcástico) ¿Ah sí? ¿Cómo cuales?
EDIPO: Las adivinanzas.
LAYO: Por favor, como si las adivinanzas te fueran a llevar a algún lado. Además, si fueras bueno para eso, ya habrías adivinado algo. ¿Qué has adivinado, a ver, qué has adivinado?
EDIPO: O sea, por el momento nada, pero tengo algunos proyectos…
LAYO: No me hagas reír, ¿acaso crees que alguien te va a estar esperando para darte algo a cambio de una adivinanza? Madura, por favor. Mira, no necesitas contestarme ahora, pero por favor piensa en lo que hemos hablado.
EDIPO: ¿Pero… y el duelo…?
LAYO: Olvídate del duelo y piénsalo, Edipo. Si no por mi, por lo menos considéralo por tu mamá, que te quiere tanto y se preocupa siempre por ti. Tú sabes que siempre fuiste su regalón.
EDIPO (suspirando): Tá bien, ta bien…
LAYO: Y de paso me podrías acompañar al palacio y ayudarme con el ábaco nuevo que no entiendo como usarlo.
EDIPO: Papá, te he explicado mil veces como usar el ábaco.
LAYO: Y me explicarás de nuevo. Yo no entiendo esas manías que tienen ahora con los ábacos. Yo llegué a rey sumando con los dedos. Ni falta que me hizo un ábaco para tener éxito en la vida.
Edipo se encoge de hombros y sigue a Layo hacia Tebas.