El Escribidor.

martes, 29 May 2007

Trailers

Filed under: Posts de Pelicula(s),Posts Linkeados. — Miguel A. Labarca D. @ 1:34 pm

Antes que nada: sí, lamento no poder escribir como se supone que un escribidor debe hacerlo. Pero he estado con uno que otro viaje, con alguna vacación y con uno que otro trabajo pendiente. Y supongo que uno que otro Youtubazo es mejor que nada… tal vez incluso mejor que escribir como un escribidor se supone que debe hacerlo.
¿Qué decir de los trailers? Me encantan. Son cortos, efectivos, entretenidos y al grano. Mejores que las películas muchísimas veces. ¿Es cierto, hay fórmulas que están un poco agotadas, pero qué forma de arte no tiene fórmulas un poco agotadas?
En Youtube encontré algunos trailers que REALMENTE dan una vuelta de tuerca al género. Dejo dos de muestra: un oscuro thriller erótico y una adorable comedia familiar.

martes, 15 May 2007

Cine y malas palabras.

Filed under: Posts Linkeados. — Miguel A. Labarca D. @ 11:43 pm

Son típicas las quejas sobre la cantidad de garabatos de las películas chilenas. Hace poco vi «Mala Leche» y me acordé del tema. «Mala Leche» debe tener el record de puteadas por segundo nacionales. Pero no me cabe duda que dos tipos como los protagonistas, realmente hablan como hablan en la película.
Pero los mismos que critican los garabatos en chileno, generalmente ven felices las puteadas en gringo. ¿Será que no las entienden o que suenan mejor? En algún lado leí que Pulp Fiction tenía el record de «fucks» en una película. Pero parece que salió gente al camino. «El Gran Lebowsky», una pequeña joya de un par de tremendos hermanos cineastas tiene más «fucks» que la chucha. La vi por primera vez en el cine el biógrafo y en una sala llena yo era el único que parecía llorar de la risa. Una historia mínima y ridícula con un protagonista y un reparto increíble. Si ya la vieron, disfrutarán éste resumen. Si no la han visto… creo que será mejor que vayan por la versión completa.

jueves, 10 May 2007

«La Ciencia del Sueño»

Filed under: Michel Gondry,Posts de Pelicula(s) — Miguel A. Labarca D. @ 10:29 pm

Como que volaba, pero nadando.

No sé si alguna vez les pasó, pero a mi en el colegio me ocurría por lo menos una vez al año. Una noche cualquiera soñaba con una compañera de curso. Y en el sueño estábamos enamorados, furiosa e irremediablemente. Podía ocurrir que fuera la misma niña que me gustaba en la vigilia, y entonces nada cambiaba, sólo despertar un poco más entrampado en mi pantano platónico.

Pero ocasional y extraordinariamente ocurría algo distinto. La niña que aparecía en mi sueño era una distinta. La amiga simpatica que claro, era bonita, pero no era -diablos, no era- la niña de moda, la princesa del jumper, la reina de todas nuestras pajas con la que era adecuado, digno y hasta honroso obsesionarse sin esperanzas.

Y entonces ¿qué hacías al otro día? ¿Dónde se guarda uno un amor así de nuevo, ridículo e inexplicable? ¿Que clase de inconsciente se entretiene jugándole a su dueño bromas así de insuperables? ¿Con quién había soñado ella esa noche? ¿Y qué era eso detrás de los ojos al salir al patio sucio y nublado? ¿Así se sentirá la famosa nostalgia?

Si saben de lo que hablo, no pueden dejar de ver «La Ciencia del Sueño». Porque los supuestos «grandes temas» suelen no perdurar al papel en que se escriben, pero los temas pequeñitos, comunes y simples son aquellos eternos, grandes y realmente importantes. Por qué soñamos lo que soñamos y, por extensión, por qué queremos lo que queremos. Son temas a los que se asomó el gran, infantil y maravilloso nerd que es Michel Gondry en su película anterior: «Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos». Pero claro, ir de la mano del no menos grande Charly Kaufmann (guionista), tendía a atenuar en algo la grandiosidad de la conquista.

Acá Gondry se aventura solo. Renunciando un poco (sólo un poco) a los juegos y paradojas de trama, pero llenando la olla con obsesiones, trucos, técnicas y magia que lo han acompañado desde su infancia (en la que voluntaria y porfiadamente aún logra mantenerse). Los que hayan tenido el privilegio de examinar el DVD doble de videos y cortos de Gondry verán en «La Ciencia del Sueño» un maravilloso reciclaje de los mismos temas: la repetición, las manos grandes, el stop-motion, el agua, la industria, la selva, el cemento y los animales. Reciclaje que tiene todo el sentido del mundo cuando hablamos de sueños. La tesis de Gondry se aleja un poco (sólo un poco) de la visión psicoanalítica-simbolística-arquetípica que a éstas alturas tiene la misma validez que mazo de tarot. Gondry tiene claro que los sueños se construyen de muchos materiales, siendo el inconsciente reprimido sólo uno de éstos, cobrando así los recuerdos, el azar y, en general, la defragmentación del disco duro mental, una importancia con la que este escribidor comulga fielmente.

Para los legos, un botón de muestra. El video de Gondry para «Bachelorette» de Björk. Es mi canción preferida de Björk y mi video preferido de Gondry, y en este caso no sé quien es el huevo y quien la gallina. Además del video y la música, que son insuperables, se me ocurrió buscar la letra y lo lamento si suena snob, pero es maravillosa y condenadamente intraducible. Queridos lectores, con ustedes, un pequeño milagro in the shape of a video.

domingo, 6 May 2007

El affaire de las papayas al jugo (segunda parte y final).

Filed under: Posts de la vida. — Miguel A. Labarca D. @ 6:48 pm

El ro Maule.

Edo no pudo decir nada. Don Samuel se rió parcamente y le dio un consejo: «no le cuentes a nadie o no te bajarán nunca más del columpio». Edo cortó rápido tratando de ocultar el desconcierto y la rabia. Más allá del sudor frio y la sangre bombeando a la cabeza, una débil luz de esperanza lo llamó a mantener la calma y actuar rápido. Recordó que había pagado con cheques. Levantó el teléfono y marcó el número del banco. El laberinto de opciones de la grabación telefónica se le hizo un poco más infinito que siempre. Cuando finalmente pudo preguntarle a su ejecutiva de cuentas, ya era demasiado tarde.

– Los cheques fueron cobrados hace cinco minutos, don Eduardo. ¿Qué pasó, se los robaron?

– Parecido. Compré papayas.

– De verdad lo lamento -dijo la ejecutiva de cuentas, como dando un pésame.

Edo cumplió a medias el consejo de don Samuel. Trató de mantener el asunto oculto entre sus compañeros de trabajo, pero se desquitó contándolo a sus amigos. Por supuesto que no lo bajamos del columpio. Cada cual daba su opinión, comiendo fruta confitada a puñados. Desde Dunga que insistía en que en una deli de New York la gente pagaría mucho más que eso por una caja de madera, probablemente nativa, llena de fruta, seguramente artesanal y de cualquier manera, exótica. Hasta Felipe, que relacionó la rotura del celofán la quema de naves de Hernán Cortez. Yo, que no pierdo ocasión de desquitarme desde que Edo me disparó una bola de paintball a quemarropa, sugerí que alguien que trabajaba en el área comercial no tenía ningún derecho a enojarse por una maniobra preciosa que más que estafa era en realidad un magnífico ejemplo de CRM y aumento de valor percibido a través de atributos intangibles del producto o cualquiera de aquellos preciosos modelos de marketing que habíamos estudiado tantas veces y que Felipe resumía en una frase precisa y descarnada: “comprar barato, vender caro”.

Trasquilando en el aserradero.

La historia hubiese quedado ahí. Edo retomando el entrenamiento en la desconfianza y la sabiduría callejera, como un boxeador invicto que por primera vez muerde el polvo. No tengo como saberlo, pero intuyo que alguna vez fantaseó con encontrar al serenense desprevenido y hacerle una devolución de compra de carácter medieval. Pero la vida rara vez da segundas oportunidades, al menos, no como las esperamos. Por eso Edo se demoró en reaccionar cuando, un día cualquiera, sonó su celular.

– Tengo al tipo de las papayas en mi oficina. Bajo, gordito, sonriente, sombrero de Indiana Jones.

– Es él –dijo Edo con la imagen viva-. Es él, huevón, es él.

Era Tatán. La segunda oportunidad venía con intermediario y desde Constitución. El tipo de las papayas había entrado en camioneta y con ayudante a las oficinas del aserradero. Sin preguntarle nada a nadie se estacionó en el puesto de gerencia y bajó con tres frascos de papayas al jugo.

– Don Sebastián, cómo está, vengo de parte de su papá a traerle éste regalito.

Tatán, que es un verdadero maestro en el arte de hacerse el tonto, simplemente lo dejó hablar.

– Su papá siempre me compra frutas cuando va a La Serena. Le acabo de vender una caja en el otro aserradero. Me dijo que a usted le gustaban las papayas. Así que pasé a dejarle estos frasquitos. Yo igual ahora vuelvo a La Serena y me quedaron dos cajas. ¿Quiere verlas?

Tatán sonrió amplia, tonta e inofensivamente. Un verdadero maestro, insisto.

– Véamoslas, pues –dijo en tono de campo.

Fueron a la camioneta. El chofer parecía algo tenso. El serenense hablando hasta por los codos: que mire la fruta, primera calidad, cajas de madera autóctona, usted sabrá apreciarlas, mejor que nadie, mire, pruebe.

Y el celofán roto destruyendo cualquier margen de duda.

– Espéreme un poco, voy a preguntarle a mi señora para ver cuánto le compro –dijo Tatán.

Se encerró en la oficina, sacó el celular y llamó a Edo. Y Edo que sólo atinaba a repetir el mantra de es él, huevón, es él. Tatán habló por celular un poco más tiempo del recomendable, o tal vez dejó de sonreir mientras pensaba qué hacer, o simplemente el serenense tenía demasiados años de circo. La cosa es que antes de que Tatán decidiera su jugada, el mejor vendedor de Chile optó por la defensa más sensata: la huída. Le hizo una seña a Tatán y le gritó desde el estacionamiento:

– Voy a tomar otros pedidos mientras se decide.

Y salió del aserradero, conteniéndose para no correr. El chofer, desconcertado y nervioso, prendió el motor y comenzó a maniobrar para salir tras su patrón. Tatán se apuró en tomar la radio y llamar a portería.

– Pájaro verde, ¿me copia? Cambio.

– Lo copio, jote negro. Cambio.

– No deje salir ningún vehículo del recinto, cambio.

– Copiado, cambio y fuera.

Tatán caminó tranquilamente a portería. En el trayecto dejó la actitud de estudiante bobo y se convirtió en un patrón de fundo Donosiano. El chofer lo miró con una mueca que combinaba la vergüenza más simple y el terror más profundo.

– No me quieren dejar salir. Tengo que ir con mi patrón.

– Pero como te vai a ir con mis frutas, pues hombre. Le compré las dos cajas a tu patrón. Estaba esperando que me las bajaras cuando te fuiste. Por eso les dije que te pararan.

Ahora la vergüenza y el terror se habían transformado en pura sorpresa.

– ¿De verdad se las compró?

– Claro. ¿Por qué te mentiría?

Más tranquilo, el chofer se bajó y descargó las dos cajas en la portería. Antes de perderse en la carretera, aventuró una despedida comercial.

– Gracias por la compra, don Sebastián.

– De nada, vuelvan cuando quieran.

Tatán sonrió satisfecho sintiendo un dulzor anticipado en la boca. La venganza tenía el dulzor de un plato grande de papayas al jugo.

martes, 1 May 2007

El affaire de las papayas al jugo (primera parte).

Filed under: Posts de la vida. — Miguel A. Labarca D. @ 4:24 pm

¿Cuánto pagar�as por estas papayas?

Street wise Edo.

Siempre he pensado que un buen equipo debe ser como «Los Magníficos» o «Ocean’s Eleven». Más que uniformes integrantes todo terreno, un buen equipo debe tener un especialista en cada cosa. Nuestro grupo de estudio universitario era algo cercano a eso o, por lo menos, eso nos gustaba pensar.

Felipe tenía el don de la matemática y podía explicarte cualquier cosa con un gráfico. Dunga estaba al tanto de todo y lo que no sabía lo averiguaba rápido. Enzo tenía mucho estilo y sabía «computación», «Internet» y «chat» en los tiempos en los que aquello aún era ciencia para elegidos. Yo era el «creativo» del grupo, lo que usualmente no servía de nada, pero me permitía sacar la vuelta hasta la madrugada, divagar profusamente y, a último momento, desesperado, exigir que me resumieran todo el conocimiento en una página y media hora.

Edo, en cambio, exhibía un sarcástico, suficiente y siciliano desprecio hacia nuestras reales o supuestas habilidades. Lo suyo era el pragmatismo de la calle. La vida real. La diferencia entre teoría y práctica, que en teoría no existe, pero en la práctica es enorme.

Ningún caso de Harvard puede reemplazar a la experiencia de tener tu propia empresa, invertir tu propia plata y lidiar con tu propia gente, decía Edo. En esa postura lo apoyaba Tatán, uno de sus mejores amigos que, a decir verdad, nunca formó parte oficial de nuestro grupo, pero lo merodeaba como un satélite sonriente cuando se acercaban las pruebas o entregas de trabajos.

Nunca nos quedó clara cual era la habilidad distintiva de Tatán. Tal vez una sabiduría o por lo menos una gracia que ni siquiera era callejera como la de Edo, sino de campo Maulino, de los pródigos bosques de Constitución o «Conti» como aprendimos a decirle a la ciudad que prácticamente le pertenecía.

Porque el papá de Tatán era (y sigue siendo) dueño de demasiadas hectáreas de bosques de pino, aserraderos y un par de espectaculares casas con vista al río a media hora en cuatro por cuatro de la ciudad donde eramos tratados como realeza cuando acompañábamos a Tatán a los famosos «retiros de estudio» que de estudio solían tener muy poco.

Era un buen trato, en todo caso. Tatán se llevaba a domicilio un grupo de excelentes profesores y el susodicho grupo se desquitaba del esfuerzo con asados, paseos en moto de agua, emocionantes rallys a las dunas y antropológicas excursiones a las discos (o fondas, según la fecha) de Constitución.

Pero el comienzo de nuestros mejores años se acabó demasiado pronto. Hicimos tímidos intentos por capitalizar el potencial de nuestro grupo de estudios en un negocio conjunto. Descartamos la idea de Enzo de crear un video-club por internet; con los pies en la tierra, pensamos que nadie en Chile usaría algo tan inaccesible como internet para arrendar películas. En lugar de eso optamos por el prometedor negocio del paintball. Encargamos un par de rifles, hicimos pruebas de disparo a quemarropa en las que yo fui el voluntario (mucho antes de jackass) y nos tratamos de reunir con el alcalde de La Serena para construir un elefantiásico campo de batalla en plena playa.

El negocio se derrumbó por su propio peso; gradualmente fuimos desertando, tentados por las primeras ofertas de trabajo. Cientos de bolitas de paintball quedaron en el fondo del refrigerador de Dunga. Un recordatorio inútil de la fragilidad de nuestros sueños y de la precariedad de la dieta de nuestro amigo, que nunca echó de menos el compartimiento de las verduras.

Edo, luego de un fugaz paso por una fábrica de cecinas, donde lo único que sacó en limpio (o más bien en sucio) fue a nunca volver a probar una vienesa o un paté, se radicó definitivamente en el rubro textil, trabajando en una conocida empresa de fábricación e importación de jeans y ropa juvenil. El destino fue sabio en este caso. Mientras la mayoría terminamos en grandes multinacionales, redactando informes, mostrando power points e interpretando gráficos para alimentar a la burocracia corporativa, Edo pudo usar a destajo toda su sabiduría callejera al quedar a cargo del área comercial de la pujante empresa. Negociando carniceramente con las grandes tiendas, luchando por el espacio en los exhibidores, puteando o premiando a los pequeños ejércitos de vendedores. Moviéndose rápido, olfateando el aire, adivinando intenciones con una mirada. Manteniendo a los amigos cerca y a los enemigos aún más. Edo estaba en su salsa.

Don Samuel, el dueño de la fábrica, era judío. Algo que probablemente hubiese conflictuado a Eduardo si esta historia transcurriera en Queens o en una película de Scorsese. Pero en Santiago de Chile, a Edo le dio lo mismo. Los dueños estaban contentos con él y comenzaron a integrarlo gradualmente a las actividades de la colonia. Edo comenzó a frecuentar Bar-Mitzvahs, Yom Kipures y bailes a beneficio. Descartó la circunsición solamente por la oposición ferrea de su señora. Se acostumbró también a la costumbre de la colonia de ayudar solidariamente a sus miembros caídos en desgracia. Comprar boletos de rifa, darle trabajo al hijo alguien, conseguir un negocio para el tío de algún otro. Por eso, se excusa Edo, bajó la guardia cuando el tipo se presentó en su oficina con tres frascos grandes de papayas al jugo.

«Vengo de parte de Don Samuel».

Fue lo primero que dijo el hombre. Simpático, sonriente y seguro de si mismo. Le explicó que su familia tenía cabañas y un restaurante en las afueras de La Serena y que Don Samuel siempre pasaba a comprarle papayas, higos y frutos secos. A Edo le calzó todo. Efectivamente, el dueño de la empresa tenía su casa de veraneo en el norte. Y le gustaba comer bien, buscar picadas, comprar barato.

El hombre dejó los tres frascos de papayas sobre el escritorio de Eduardo. «Un regalo de Don Samuel», dijo. A Edo le llamó la atención. Don Samuel nunca le había hecho un regalo. Y menos de sorpresa. Pero lentamente fue armando el puzzle. El tipo parecía cercano a Don Samuel. Y si don Samuel lo había enviado a su oficina, sólo había una razón posible: había que ayudarlo.

Resignado, Edo lo siguió hasta el estacionamiento. El tipo abrió la maleta de su auto. Adentro, impecablemente envasado, cubierto con celofán, en una caja de madera compartimentada, un impecable surtido de frutos secos y confitados.

– Adelante, pruebe no más, amigo.

Antes que Edo pudiera decir nada, el tipo sacó su cortaplumas y rajó el celofán.

– Saque no más, amigo. Yo ahora vuelvo a La Serena, igual se me iba a romper. ¿Por qué no se lleva todo, mejor, don Eduardo? Le hago un precio. Además estos frutos no se echan a perder. Don Samuel siempre me compra el surtido completo.

Edo ya no podía negarse. El celofán ya estaba roto y el tipo ya sostenía la caja en los brazos, esperando a que Edo lo guiara su auto. Acomodaron todo y volvieron a la oficina, a buscar la chequera. Edo puso la fecha en el cheque y preguntó por cuánto lo hacía.

– Trescientos mil pesos -dijo el tipo.

Edo levantó la vista y lo miró a los ojos: la misma sonrisa, la misma seguridad. Ni un momento de duda, ni un gesto, ni un rastro de adrenalina en el aire. Volvió a mirar el cheque. El tipo esperaba. La secretaria, allá afuera, observaba todo, curiosa. Si don Samuel lo había mandado y si don Samuel siempre le compraba, Edo no estaba en condiciones de rechazar la oferta.

– ¿Le puedo hacer tres cheques? -preguntó.

– Claro que sí. De hecho, hágame a treinta, sesenta y noventa, si quiere. Para mi es lo mismo, yo ahora vuelvo directo a la Serena y no los pienso cobrar hasta el verano, que es cuando necesito la plata -contestó el tipo.

Edo hizo los cheques y se despidió en silencio del agradecido serenense. Mientras lo veía alejarse, comenzó a sentir ese sudor frío en la espalda. Como cuando abres la prueba y la primera pregunta es justo aquello que pasaste por alto en el estudio. Tomó el teléfono y marcó en anexo de don Samuel.

– Buen cachito me mandó, don Samuel -le dijo a modo de saludo.

– ¿Qué cosa?

– El gallo de las papayas que llegó de parte suya. Me salió caro su regalito.

Un silencio al otro lado de la línea. Y luego el balde de hielo.

– Te cagaron, huevón. Yo nunca mandé a nadie.

(CONTINUARÁ)

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