Hace poco más de una semana con Andrea a una reunión familiar. Simpáticos todos, rica la comida, todo bien, o mejor dicho, normal. Y no sé si yo andaba en "esos días" o el exceso de monos animados en mi cabeza, pero la cosa es que guardé silencio y me dediqué a escuchar. Y llegué a la conclusión de que el 99% de la gente en el 99% de los casos dice puras huevadas. Agarra a un grupo de personas con un CI normal o normal superior y siéntalos en una comida familiar. Descenderán a los niveles más bajos de la escala evolutiva. Prejuicios, frases hechas, lugares comunes, premisas falsas, chistes repetidos. Y cuando conces a la gente, peor aún, porque son los mismos prejuicios, premisas y lugares repetidos hasta el infinito.
Me pasa, sin embargo, lo contrario cuando la gente cuenta historias. Cosas simples, lo que les pasó en la mañana cuando fueron a comprar el pan. La pelea que tuvieron con la niña que les dio mal el vuelto. El gol que metieron en el partido de baby. Ahí las máscaras caen, la repetición y la estupidez se disuelve. Probablemente sin sospecharlo, la gente abre su corazón cuanto cuenta una historia. Se muestran tal cual son y probablemente dicen más de sus ideas y su manera de ver el mundo que en horas de comentarios repetidos y falsos.
Ayer celebramos el cumpleaños de mi mamá y mi papá contó una historia de su infancia. A los doce años él y sus compañeros de colegio en Rancagua hacían excursiones a la precordillera. Eran tiempos sin sacos de dormir, sin plásticos, no tenían siquiera carpas y debían dormir en chozas que fabricaban cortando ramas. Cómo los mochileros de cualquier época, lo pasaban mal, comían poco y peleaban por estupideces. Pero al atardecer, subían a la cumbre del cerro y miraban hacia el poniente. Cuando el sol se ponía, durante cortos minutos, podían divisar el mar a lo lejos. Y era un momento de silencio, de reconciliación entre ellos, con la excursión y con el mundo. Y la historia tuvo un efecto parecido conmigo. Esa imagen de cuatro chicos mirando el mar a quilómetros y décadas de distancia era, sin saberlo, lo más real, bello y emocionante que mi papá había dicho en mucho tiempo.
Foto: No me feliciten, es de google.