Cotesita, Angie, el Big-Bang, el delator y el caldo cósmico.

Para todos los apasionados seguidores de la historia de Cotesita Larraín, transcribo éste comentario que llegó hoy a un post de hace un tiempo que a su vez se refería a un post de Enero. Podría dejarlo como comentario, pero es muy bueno y aclaratorio para que se pierda en una página escondida y pasada del blog. Y claro, estoy con muchas cosas y quedé agotado luego del post sobre Old Boy. La ortografía (buena para diseño) y la redacción (muy buena, para diseño) son de Cotesita, así que no me digan nada.

«Old Boy»

Un mensaje sin respuesta.

Tengo la mala costumbre de dejar el messenger prendido y partir a cualquier lado sin previo aviso ni cambio de estado. Suelo llegar en la mañana y encontrar el computador lleno de mensajes irrespuestos del día anterior. Hace algo más de una semana, encontré un mensaje de Andi, una amiga de la universidad y, ahora último fiel lectora de éste humilde diario mural cibernético.
El mensaje decía más o menos así:
«Mitch, viste Old Boy?»
«La fui a ver y me cargó, la odié, quería saber si la habías visto y como la habías encontrado»
«No entiendo porque todo el mundo la encuentra buena.»
«Bueno, eso, estoy llena de pega, hablamos, chao que estés bien, un beso.»
Y claro, fui a ver Old Boy y en vista de toda la tinta vertida y tecla apretada se me ocurrió que una buena aproximación para hacer algo ligeramente distinto sería explicarle a Andi por qué, a mi juicio, «Old Boy», sin ser una obra maestra o un manjar de dioses (vamos, no exageremos, JC) es una película tremendamente buena, original y motivante.

Animación, paso 1: Tomando Lecciones.

En el afán de documentar nuestra odisea de penetrar las altas murallas de Inés Matte Urrejola a bordo de un gran coipo de madera y arrasar a sangre y fuego con todo lo anteriormente visto, supuesto y pagado, decidí ir por partes. La complejidad es demasiado grande como para abarcarla en un post o administrarla correctamente. Todo se junta y se viene encima como un montón de ollas mal apiladas en el mueble más alto de la cocina. Un amigo genio alguna vez le preguntó a un profesor «cómo pretendía meter un inmenso y amorfo elefante en SU caja de zapatos». El profesor, un imbécil, se quedó mudo cuando la respuesta era simple: «córtelo por partes mijito».
Cuando el sudor frío bajó por nuestra espalda al darnos cuenta que ya habíamos procastinado lo suficiente nuestro guión, nuestras presentaciones en powerpoint y nuestros monitos simpáticos coloreados y vueltos a colorear y vimos ineludible la obligación de comenzar a animar, dijimos chanfle, por donde se empieza cuando no sabes nada o, más bien, crees que sabes mucho, pero en verdad no sirve de nada.

Físico deplorable.

Mi lector, no sé si más fiel, pero sin duda, más participativo me reta por mi inconstancia en el post anterior. Blogear es como el gimnasio. Si no vas, te da cada vez más lata y terminas con un físico deplorable, como el mío, dice Dunga. Curiosamente certero para quien no tiene un blog ni pretende tenerlo. Pero es Febrero, diablos. Mi gimnasio cerró a mediados de Enero y tenemos una fábrica de animación montada en nuestra humilde oficina y los animadores están todos locos y nos piden cosas y renuncian y vienen y van y nos enojamos, nos alegramos, reímos y lloramos porque, diablos, al final del día Fede, el Coipo, dice unas palabras y realmente las dice y es un poquito como ver a hablar un hijo.

Pero quiero dedicar un post completo a la fábrica de Animonitos, porque realmente lo merece. Hay historias freaks para tirar al cielo y hay un sentimiento de kamikaze empresarial, de todo o nada, de Hernán Cortés quemando sus naves y bailando tregua y catala sobre sus alegres cenizas que no había tenido antes y que sólo puede terminar en el cielo o en el profundo abismo. Y eso es material dramático de primera para los felices lectores de blog. Ya se sabe, desition makes character, what’s on stake y todo eso. La gente quiere que pase algo con Mitch Gómez y me esfuerzo por satisfacer a mi público. Emociones fuertes, gritar el éxito, llorar el fracaso. Los laureles listos, los leones hambrientos. Todo pronto, querido público.
Además: vi Old Boy y me gustó, me pareció buena idea contarles de mi gimnasio de rugbistas y mi físico deplorable, quiero dedicarle un post a los actores que son la generosidad y la vocación encarnada, estoy viendo a Juan Luis Guerra y creo que es tan grande, viejo e inmortal como los Rolling Stones, además Andrea me regaló un pack de Gondry, Jonze y Cunningham que merece un comentario porque es demasiadamente demasiado buen regalo. El tema es que no falta tema sino tiempo y aún peor que tiempo, falta Internet. Hace una semana se cayó para siempre la red de MAP y ya vamos en el cuarto «técnico» uno más carrilero que el anterior, tratando de arreglar la red que por alguna razón inexplicable se niega a unir nuestros cuatro (pronto cinco, espero) computadores entre sí y con el espacio infinito.
Vaya esto como explicación, sinopsis y explosión de fuego de artificio. A falta de pan, bueno es el ruido. Nos vemos pronto, espero.

PS: Nada que ver con la foto, pero Sergio Lagos, acaba, en cámara de robarme una idea. Dijo que Juan Luis Guerra era el más grande y que había teloneado a los Rolling Stones. Sincronía que le dicen. Juro que lo escribí primero. Me pasa por no tener cable.

«Crash» de Paul Haggis

Nada que ver con el de Cronenberg. Fuimos con Andrea para mi cumpleaños, presentamos mi carné en la boletería del Hoyts, me sonrieron y me dijeron «bienvenido, feliz cumpleaños» y me regalaron una entrada. Andrea pagó $1.600 con un boleto de la tarjeta del metro. Somos lo que en marketing se conoce como smart buyers. Y nos sentimos orgullosos.

«Crash» de David Cronenberg.

Hay choques y choques. El Crash que vi el Miércoles ante-pasado, gratis, para mi cumpleaños, no tiene nada que ver con el otro Crash, de David Cronenberg que vi en Ciudad de México y, gracias al cual O’Brien me puteó por varias mexicanas cuadras. Éstabamos conociendo el DF por una semana antes de partir nuestro épico mochileo por el méxico profundo (ni tanto, pero para nosotros sí). La cosa es que fuimos a pasear a Polanco, creo. Un barrio cuico. Estilo la segunda historia de «Amores Perros». Imaginen Alonso de Córdova o Vitacura, algo más ostentoso, las calles menos limpias y los contrastes a pedir de ojos. Estadísticamente podremos ser de los países con distribución más desigual del ingreso, pero nunca he visto peores contrastes que en el DF. Tal vez porque los ricos no tienen nuestra acomplejada obsesión con la sobriedad. Se bajan de autos con guardaespaldas armados luciendo diamantes y cadenas de oro. O tal vez porque los pobres andaban a pie pelado. Con O’Brien, mochileros burgueses formados en la escuela de Friedman, caminábamos por las calles y ENTENDÍAMOS la diferencia entre la teoría y la práctica. «Yo también me haría zapatista acá,» le decía. «Es como mucho.» Claro que a la hora de comprar poleras elegimos las de las minas en pelota que decía Cancún en lugar de las casi agotadas del Comandante Marcos. Burgueses y comprensivos seremos, pero nunca poseros.

Mujer Imaginaria.

Recuerdan la historia de Cotesita Larraín, la mujer imaginaria inventada por un grupo de amigos vagos con demasiado rock y piscola en las venas? Recuerdan que propusimos algunos finales para la historia? (Si no recuerdan, repasen «Cotesita Larraín Chatea en las Ruinas Circulares», post del 25 de Enero.) Bueno, realidad, ficción, personajes y personas se siguen mezclando. Ahora Cotesita tiene su propio blog. Y no es chiste. La pueden leer e interpelar en:
http://cotalarrain.wordpress.com/
Y sí, ya sé lo que estarán pensando. No entran al escribidor para ver links hacia otras cosas. Quieren divagaciones, prosa a la rápida, chistes fomes, pero con contenido. Pero será para otro día, estoy cansado y viene de visita la doctora Pinilla. Debo lavar los platos y calentar el osobuco. Bien por Cotesita, que tiene varias nanas y un chofer nigeriano -imaginarios todos- así que no imagina tener que hacer semejantes ordinarieces domésticas.

Foto: Cotesita es tatara-tatara-tatara-nieta de Escher.

.COM

El regalo más original que recibí para mi cumpleaños fue un intangible: Un dominio .COM, ni más ni menos que www.mitchgomez.com así que los desmemoriados se podrán olvidar para siempre del famoso blogspot y entrar a éste blog directamente desde la nueva dirección. A futuro, tal vez, en una de esas, le daré otro uso a la dirección, pero por el momento estará dirigida directamente acá a su blog preferido.
Otra cosa divertida de las reuniones sociales es que la gente aprovecha y se acerca a opinar sobre el blog. Al parecer, tengo lectores tímidos. Hay gente que lee a diario, pero nunca escribe ni opina. Tal vez soy poco polémico. O a lo mejor siempre tengo la razón. Sí, debe ser eso.

29

El miércoles pasado cumplí mi último año de la segunda década. Sumado a Animonitos el stress cumpleañístico justifica mis flojeras en el posteo de los últimos días.
No tengo rollos biológicos con la edad, así que la proximidad de los 30 me da lo mismo en ese sentido. No me he puesto guatón ni pienso ponerme. Mis huesos comenzaron a crujir a los 22 y seguirán haciéndolo sin remedio. Mi pelo sigue igual de molestosamente tupido y confío en que las canas y arrugas me darán mucho estilo, como a Clint Eastwood o Jack Palance.

«Primavera, Verano, Otoño, Invierno… y otra vez Primavera»

Había escuchado muy buenas cosas de ésta película Koreana (¿o será Coreana?), pero no lo suficiente como para hacerme correr al cine. Prejuicios, puros y simples. Partiendo por el nombre, que parece como el título de una canción de Les Luthiers: Johan Sebastian Mastropiero, recluyose en un monasterio Zen y, luego de un ayuno estricto consistente en arroz, raíces y chorizos parrilleros, compuso la Suite Meditativa en Re Menor titulada «Primavera, Verano, Otoño, Invierno… y otra vez Primavera… y… nada más».