El otro dÃa, en un cumpleaños, en lugar de las aburridas conversaciones sobre nada habituales, el nuevo pololo de una amiga contó la historia de su abuelo. Su abuelo era del campo, al igual que él, contaba. Pero en los tiempos de su abuelo el campo era otra cosa, claro.
En los campos del comienzo del siglo pasado, contaba, era habitual «vendar guguas» (o bebés, como se está poniendo extranjerizantemente de moda). Andrea, que es doctora de niños y estudia mucho sobre estimulación temprana, masajes infantiles y apego materno, no podÃa creer estas historias de guaguas que se vendaban desde el cuello para abajo, como una crisálida lactante, durante todo el primer año de vida. La idea, se suponÃa, era lograr que crecieran rectas de cuerpo y espÃritu.
El Rafa, que asà se llama el pololo de Poli, aseguraba que su abuelo, en efecto, habÃa crecido recto en todo sentido. Ingenioso, simpático y querido por todos los loncochinos. Ene igual a uno, dijo Andrea, porque es la manera cientÃfica de decir que una golondrina no hace verano. En cualquier caso, explicaba Rafa, su bisabuela tenÃa que manejar un campo completo y alimentar a seis hijos. O sea, nadie en esas condiciones puede preocuparse de una guagua suelta. Por eso, mucho mejor vendarla.
Rafa después contó la historia macondiana de como su abuelo habÃa probado por primera vez un plátano a los doce años al viajar a la gran ciudad (Loncoche). Y como nunca habÃa comido algo tan exquisito en su vida, tiempo después, cuando encontró en el bosque del fundo un árbol nativo cuya corteza le recordó el olor del plátano, adoptó la costumbre de internarse en el bosque cada cierto tiempo para oler y recordar asà la fruta de maravilla. No resulta sorprendente que, cuando probó por primera vez una copa de vino, a los veinte y cinco años, decidió nunca más en la vida volver a tomar agua. Y lo cumplió. Y murió anciano. Y cuando alcanzó una buena posición, siempre tuvo a mano un racimo de plátanos, para recordar que las cosas en la vida no se dan fáciles.
Pero lo más impactante fue la revelación de las guaguas vendadas. Ayer se lo comenté a Dunga, anticipando una sorpresa que nunca llegó.
– Bah, en Brasil todo el mundo envuelve a las guaguas. Ellas son mucho más felices asà -me aseguró.
En la tarde de ayer mismo fuimos a ver a Lore, una amiga de Andrea y su hijito de dos semanas, una guagua chiquita, pero con aire adulto. Y el niñito estaba envuelto. Y no lloraba.
Lore explicó que era bastante obvio. Están nueve meses apretados en el útero, rodeados de ruido y sin poder estirarse. La libertad de movimientos es más bien una condena para ellos.
Ahà me di cuenta que nuestra tradición gastronómica arroja luces sobre el asunto. «Niños envueltos» es un plato que cada vez se hace menos, pero que aún recordamos. Otra tradición que se pierde, supongo.
Andrea quedó bien sorprendida con todas estas cosas. En una de esas, hasta hace un paper, o al menos una búsqueda sistemática. Yo, en tanto, me limité a buscar la receta en google. El jueves, cuando la nana limpie los sartenes, planeo hacerla.
miércoles, 25 abril 2007
Niños envueltos.
viernes, 13 abril 2007
Lo vi con mis propios ojos.
En «Selección Natural», nuestro nunca bien ponderado guión sobre un Entrenador Personal, hay una escena en que el protagonista le relata a una mujer como los escorpiones, al verse rodeados de fuego, se clavan su propio aguijón para suicidarse. La mujer no le cree: se rÃe y le dice que aquello es un mito urbano. El entrenador entonces le miente jurándole que no miente: lo vio con sus propios ojos.
Y cómo la vida imita a las pelÃculas, incluso a aquellas con escorpiones, pistolas y explosiones, hace dos dÃas vi algo parecido. Algo a lo que hubiese apostado plata en contra si me lo cuentan. Un falso-mito urbano.
SalÃamos de la oficina con Crisis y al pasar por la entrada de autos vi una pequeña lagartija en el suelo. Me agaché a mirarla, porque me gustan mucho. Pero la pobre no se movió. HabÃa sido aplastada trágicamente por la rueda de un auto. Crisis trató de tomarla «para llevársela de regalo» a un amigo con el que Ãbamos a almorzar. La trató de levantar por la cola, pero la dejó caer, asustado. La cola, desprendida del cuerpo-cadaver, se movÃa convulsivamente sobre el pavimento. Nunca lo hubiera creÃdo de no haberlo visto con mis propios ojos. Es lo más cercano que he visto a una resurrección.
miércoles, 4 abril 2007
Mails, multinacionales y HaitÃ.
No siempre fui un escribidor. Mucho antes, en mi vida previa, trabajaba en una multinacional. Trabajar, obviamente, es un decir. En realidad hacÃa lo que la mayorÃa de los trabajadores de multinacionales hace en vez de trabajar: mandar mails y hablar por teléfono.
Si para todo el mundo el mail se ha hecho indispensable, cuando trabajas en una multinacional, mandar y recibir mails es una religión, un estilo de vida. Por ejemplo, la manera usual de ver que tan dura está la pega es ver cuántos mails tienes en tu bandeja de entrada cada mañana. Es que antes, supongo, habÃa que tomar un papel, un lápiz, buscar un sobre, lamer una estampilla, caminar al correo… si no tenÃas nada importante que decir, mejor no escribÃas nada.
Con el mail es muy diferente. Un click y ya devolviste a todo el mundo una dosis de su propia medicina. Y es que es insólito. En una multinacional se suele promover la interconexión, la comunicación y el flujo ilimitado de «conocimiento». Y en teorÃa todo bien, pero en la práctica, eso significaba recibir en un dÃa un requerimiento de Venezuela para que mandara fotos de todos nuestros productos en supermercados, una petición de TurkÃa para que mandara una copia de nuestro último comercial, un gringo enojado preguntando desde Ohio cuándo le mandarÃamos el nosecuanto plan para no sé qué cosa. Y obviamente en contestar a conciencia todo aquello se te va todo el dÃa. DÃa que deberÃas dedicar a tratar de vender, ahà abajo, en el supermercado a la vuelta de la esquina, el bendito jabón que debiera ser la única supuesta razón por la que prendes el computador y tomas café cada mañana.
Asà que uno hace lo más fácil. Por algo aprendimos el juego en el jardÃn infantil: compra huevos; a la otra esquina. O en lenguaje actual: forward y reply o, su versión más hardcore, atómica y asesina: reply to all.
Es sencillo: «por favor mándenme fotos de toda su lÃnea de productos». Entonces: reply. Estimado nosecuanto, para cumplir con tus requerimientos a la perfección, necesitamos saber cómo sacar las fotos. Por favor, envÃanos un instructivo detallado ISO9000 con el procedimiento correcto. Y listo. En el peor de los casos, ganaste un par de dÃas, en el mejor, las famosas fotos eran un capricho de product manager aburrido y nunca más escucharás del tema.
El forward se maneja con la misma lógica: mándenme el plan nosecuanto para no sequé. Entonces, forward a finanzas, logÃstica, tu jefe, el gringo que pidió la tontera y el jefe del gringo que pidió la tontera (para que todos vean que eres pro-activo). Estimados todosustedes, estoy trabajando a toda máquina en la preparación del indispensable informe de nosequé. Por favor, necesito que me envÃen a la brevedad la información sobre… y ahà haces copy paste de algunos mails anteriores en los que alguien haya pedido muchas cosas. Y listo, ya puedes sentarte a jugar bejeweled, escribir haikús o, por último, preocuparte de las ventas de jabón en el supermercado de la esquina.
Pero no todo es trabajo. La vida social también transcurre por mail. Y cómo es incómodo manejar varias direcciones, en general uno usa su dirección de trabajo para las comunicaciones de amigos.
Hace un tiempo, un grupo de amigos trabajaba en la misma multinacional. Se mandaban mails entre ellos y los que no trabajaban ahÃ, obviamente también se integraban a las cadenas de mails con las que planificaban asados, partidos de baby y comentaban cada lunes las peripecias amorosas y alcoholicas del grupo. Uno de ellos era Gorostiza, que tenÃa un mail que era algo como r.gorostiza@multinacional.com y obviamente estaba siempre copiado.
Lo gracioso fue que como dos años después de que Gorostiza habÃa abandonado esa empresa (es una buena costumbre que todavÃa mantiene: abandonar empresas), todos los amigos recibieron un cariñoso mail que decÃa algo como:
Queridos todos, durante los últimos tres años he aprendido a conocerlos y quererlos. Me he entretenido leyendo sobre los chascarros de «TelÃn», los maravillosos asados en la casa de «Nico» y las desventuras amorosas de «Falaz». De verdad, cada fin de semana me siento parte de su grupo y cada lunes llego feliz a leer sus aventuras. Y de verdad he pensado en acompañarlos y brindar con ustedes, pero no he podido por dos razones:
1. Yo no soy Roberto Gorostiza, sino Ricardo Gorostiza.
2. No trabajo en Santiago de Chile sino en Bogotá, Colombia.
En fin, les deseo lo mejor en sus vidas y quién sabe si las vueltas de la vida me permiten llegar a conocerlos en persona. Por el momento, les sugieron que actualicen su lista de contactos y dejen de mandarme mails, porque, mal que mal, estoy acá para trabajar.
La otra historia relacionada me ocurrió cuando recién llevaba poco tiempo en la empresa. Cada vez que mi computador fallaba (cosa que hacÃa frecuentemente), me decÃan que llamara a HaitÃ. A mi me parecÃa un poco raro, pero cuando entendà las lógicas de ahorro de costos multinacionales, lo entendà perfectamente. SabÃa que Haità era un paÃs pobre y me pareció estupenda idea darles trabajo a los Haitianos solucionando los problemas informáticos de toda latinoamérica. Asà que cada vez que me fallaba algo, tomaba el teléfono, marcaba el número y un amable acento caribeño me atendÃa para solucionar todo. TranscurrÃa la vida plácidamente hasta que en las noticias vi que habÃan problemas en HaitÃ. HabÃan derrocado a alguien o alguien peleaba con alguien, pero la cosa es que habÃa gente en las calles, CNN y misiones de paz. Le comenté a un compañero de trabajo que se encogió de hombros y me contestó con un gruñido.
Estuve preocupado pensando en mis amigos de HaitÃ. Fue un alivio cuando el computador por fin se quedó pegado. Llamé y al otro lado la misma amabilidad de siempre. Les pregunté como estaba la situación en las calles, si sus familias estaban bien, si tenÃan problemas de abastecimiento. El tipo me dijo que no entendÃa nada, que estaba todo bien en su familia y que Costa Rica era un paÃs muy tranquilo y no por nada se habÃa ganado el apodo de «la suiza de centro-américa».
– ¿Pero cómo, acaso no están en HaitÃ?
– Nada de eso. Nosotros somos ai tee.
Problemas de el Spanglish, de la fonética y del mundo plano. Lo que el «Tico» explicaba era que pertenecÃa al departamento de informatica, también llamado I.T. por su sigla en inglés (abreviación de Information technology) y que leÃda con fonética gringa pronunciada en español, se lee exactamente igual que el paÃs en el que yo los imaginaba.
De ahà en adelante, nunca volvà a preocuparme por la gente que me contesta el teléfono.